La función de las palabras
- Patricio Perez Mainero
- 4 ene 2018
- 1 Min. de lectura

La necesidad de un lenguaje es algo innato
a lo que toda persona,
que por ser tal necesita de otras,
termina por recurrir.
Por eso es que tratamos a las palabras de forma frívola,
y nos encontramos desinteresados en su finalidad.
Finalidad tras la cual se encuentra,
pese a su inofensiva apariencia,
un tétrico objetivo.
¿Se ha parado a pensar usted para qué están las palabras?
¿O simplemente acaso las usa como un medio,
ignorando sus horribles rostros de traidoras
que emulan a la figura de Malinche?
Por ahí se da el caso de que usted malinterpreto su razón de ser,
y cual creyente dogmático
se ha dedicado a venerarlas
por darle un poco de pan
mientras son las causantes del hambre.
Odio a todas las palabras.
Las detesto de forma visceral,
y escupiré sobre la tumba
de todos sus adalides.
No se apresure a creer
siquiera por un instante
que mí reacción es desmesurada.
No se anime tampoco,
a catalogarme de cínico.
Yo he logrado entender por qué es que existen las palabras,
y al comprender cual es su rol en el universo
se me transfiguro el rostro
y los pelos de mí cuerpo
se erizaron de espanto.
Las palabras tienen una función,
y es la de describir realidades,
y por ese simple hecho es que las muy ególatras
nos imponen a nosotros qué tiene permitido existir.
Si no podemos explicar un hecho;
si no podemos manifestar una situación;
si no podemos expresar un sentimiento,
¿acaso podemos afirmar
qué este auténtico es?
Las palabras tienen el don de asesinar aquello que ignoran,
y el lenguaje no es más que una prisión.
Una prisión muy amplia, tal vez,
pero no deja de encerrarnos en lo que abarca.
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