Academicamente hablando
- Patricio Perez Mainero
- 8 feb 2018
- 4 Min. de lectura

Les voy a relatar algo curioso que me ha pasado, para ver si alguno de ustedes puede ayudarme a evacuar mis sospechas sobre mi jefe, puesto a que tengo la sospecha, aunque puedo estar equivocado, de qué me está ocultando algo.
Desde que subió como jefe ha hecho alarde de su título doctoral, lo cual creo que a nadie le importaba realmente salvo a los dos o tres chismosos que se pusieron a especular de su vida en base a la universidad donde lo realizó. En esos días estaba cojeando bastante, y pensaba qué tal vez estaba esguinzado en la pierna izquierda. A mí anterior jefe le había pedido ya ir al médico, pero estaba desquiciado los meses antes de que lo reemplazaran, tal vez porque se veía venir eso y era muy consciente de que sin ese trabajo su status social y la vida que llevaba se irían a pique. El caso es que, luego de que pasaran unos días en los cuales decidí esperar para ver el carácter del nuevo jefe, me decidí a pedirle un día franco para poder ir con un especialista.
– Si, Gómez, lo vi cojeando y realmente siento que tiene que atenderlo un especialista urgente. – me dijo – Para su fortuna, tiene enfrente a un doctor que se recibió con honores.
Me pidió que me sacara los zapatos y el pantalón allí en su oficina y procedió a ver mi pierna derecha. Yo me apresure a decirle que creía que era un esguince, pero el replicó que era algo postural congénito que se disparó entonces por algún estímulo. Fue ahí que sacó de bajo de su escritorio dos grilletes y los puso en mis piernas, uno en cada una. “Para acomodar la postura con peso”, explicó.
Agradecí la ayuda de mi jefe y volví a mi puesto de trabajo. No era lo que tenía en mente, pero él era doctor y debía saber lo que hacía, y por más que resultaran incomodos los grilletes, pensé que se pasaría y, aunque no, no requeriría usarlos demasiado tiempo. A la semana, volví a ir a la oficina de mi jefe, puesto a que me llamo para hacerme un control de rutina.
– Mejoró mucho su postura, realmente. Pero igual sigue cojeando. – sentenció – Creo que se puede acelerar su recuperación si se unen los grilletes con cadenas.
– ¿Cómo eso va a ayudar a mi postura? – lo interpelé
– Las cadenas harían tracción en los grilletes y lo forzarían aún más a acomodar su postura, y le ayudarán además para fortalecer la pisada.
Realmente me desconcertó esta respuesta, sobre todo porque me resultaba extraño que unas cadenas que me unieran las rodillas afectara mi pisada positivamente. Sin embargo, yo no tenía un título como él, por lo tanto puede que estuviera ignorando conocimientos básicos para un hombre de alta cultura como mi jefe. Por lo tanto, me abstuve a hacer ningún planteo nuevo hasta pasado un mes, cuando me volvió a llamar a su oficina para controlarme nuevamente. Cuando entré vi que había unas esposas arriba de la mesa, y mi jefe me dijo que estire mis brazos así me las ponía.
– Espere un momento, no voy a dejarme poner esas esposas si no se antes para qué sirven en el tratamiento.
– Eh… es difícil de explicar. Lo que hacen es trabajar con tu columna así se acomoda y mejoras la postura.
– ¿Y cuánto tiempo deberé usarla? Porque realmente duelen ya los grilletes de los pies y las cadenas molestan mucho al caminar, y siento que no han generado mejoría alguna. Es más, el dolor en mi pierna por el que le pedí ir al médico en primera instancia es aún más intenso.
– Será poco tiempo, lo prometo. Y en cuanto a tu dolor, se pasará de un día para el otro. Confía en mí, que para algo estudie tanto tiempo.
Salí de aquella oficina rumbo a mi cubículo de mal humor, pero también con las esposas puesto a que el título de doctor en la pared me inspiraba no ya respeto, sino resignación. Luego de pasado tres meses caí en la cuenta de un detalle peculiar: el título era de doctor en economía. Tiene sentido, puesto porqué un doctor en general estaría a cargo de una empresa. Sin embargo, nunca terminé de entender las jerarquías de los títulos de grado y posgrado, y sí se llamaba doctor y además se había hecho cargo de mi caso, algo debía saber. ¿Por qué sino me estaría poniendo estos artilugios por el cuerpo? Aún me lo pregunto, en verdad.
El punto culmine de esta situación sucedió ayer. Esta vez estaba en mi cubículo tratando de trabajar como podía (a lo que ya medianamente me había acostumbrado, pues es de admirar en la naturaleza humana como se puede adaptar uno a las situaciones más diversamente negativas, y de forma que hasta uno se convence de que es bueno estar en esa situación de a pequeños momentos), cuando veo al jefe parado en la puerta de su oficina mirándome fijo y señalando con su dedo su oficina. Entendí inmediatamente que tenía que ir, y debo reconocer estaba emocionado. Pensé que iba a terminar mi calvario con esa última visita, y saldría más fuerte que nunca. Caminé como pude, con el dolor de mi pierna izquierda mucho más agudo. Cuando entré, vi una enorme bola de metal del tamaño de una pelota de básquet con un saliente de metal para poner cadenas, como aquellas que en caricaturas le ponen a los reos. No pude sino reírme sin entender, y pedir una explicación. Pero mi jefe estaba serio y no respondió, sino que se limitó a unir la cadena de mis piernas con otra más y luego esa extensión con la bola de hierro. Luego, me señaló la puerta, sin emitir ningún sonido de su boca. Salí, extremadamente desconcertado.
¿Qué creen ustedes? ¿Mi jefe estará diagramando algo que me afecta y no me lo ha contado, o realmente me está tratando de ayudar y yo soy tan ciego de no darme cuenta que hasta lo ha agotado tratar de ayudarme y que le cuestione las cosas? Estaba tan seguro de que era la segunda opción, hasta hoy a la mañana. El motivo que me impulsó a escribir este texto es que creo que mi pierna izquierda se desgarró mientras desayunaba.
Comments