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Reporte de situación sobre la mitigación del dolor

  • Foto del escritor: Patricio Perez Mainero
    Patricio Perez Mainero
  • 5 oct 2021
  • 4 Min. de lectura


Durante la década del 50', en el Instituto de Psicología de la Universidad Nacional de Córdoba se llevó adelante un experimento sobre la percepción del dolor por un grupo de cuatro profesionales en la materia. Para este, se consiguieron cinco voluntarios de distintas edades y géneros a los que se llevo engañados a un laboratorio y se les aplicó, sin previo aviso, un choque eléctrico de 150 voltios mediante unos diodos escondidos en la silla donde se los invitaba previamente a sentarse. Una vez que el sujeto recibía la descarga se le entregaba una hoja donde debían consignar si habían sentido dolor y, en caso de ser afirmativa la respuesta, ubicar en una escala del 1 al 100 que tan doloroso había sido. Cuando ya todos los voluntarios habían sido sometidos al experimento, y se encontraban a la espera de ser encuestados por los científicos, decidieron revisar los resultados. Sin embargo, antes de que terminaran, uno de ellos detectó, registrando las observaciones que se hicieron, que se había cometido un error.


-¡¿Quién fue el pelotudo?!


Empezaron a llover los reproches y críticas. Se debatían al respecto de la validez de las conclusiones que pudiera generar el experimento. No sabían si debían desechar todo lo hecho o cómo era que se suponía que había que proceder. El líder de la investigación empezó a recitar su diccionario personal de improperios e insultos a todos sus compañeros por igual. El psicólogo más grande del grupo trataba de calmarlo, pero rozó su limite y decidió responderle en los mismos términos. La única científica mujer salió en medio de las discusiones a revisar el estado de los sujetos, a simple vista preocupada. Sin embargo, el más joven del grupo, que se había abstraído de la pelea y seguía revisando los formularios que completaron los sujetos, les llamo la atención para comentar una anomalía que había notado. Esta dejo anonadados a todos, y decidieron continuar las entrevistas antes de seguir analizando la validez del experimento.


Se llamarón a los sujetos según el dolor que habían percibido, de más a menos.


El primero en pasar fue un adolescente de unos 17 años, que era bien hablado y sumamente educado. Al ser preguntado confesó que era la primera vez que recibía una descarga eléctrica. No había duda de ello, ya que lo más cerca que un chico de esas características podía estar de la electricidad es la estática que debía generar cuando se encerraba en su baño largas horas para proceder con sus prácticas onanistas. “Sin punto de comparación, evidentemente se magnifica la percepción del dolor del sujeto” anotó el psicólogo más grande en su cuaderno.


La segunda en pasar fue una señora de 52 años. Ella reportó que su ocupación era la de ama de casa, y en esta actividad había recibido algunas descargas previamente, tratando de reparar electrodomésticos. Los científicos coincidirían luego en que la posibilidad de comparar reducía la percepción del dolor por parte de los sujetos.


El tercero era un señor muy desconfiado de 78 años, jubilado de maquinista del ferrocarril, que comentó que antes de sentarse en la silla percibió el aparato que se utilizó para suministrarle la descarga en el asiento. Además de desconfiado, le encantaba llamar la atención a este, por lo que se le ilumino la cara cuando el líder del grupo quedó desconcertado y le entregó toda su atención. Así, contó que, dado a que había visto a los diodos y le insistieron cuando entro al cuarto para que se siente cuando el prefería estar parado, pudo prever que tipo de experimento podría llegar a ser, estando mentalizado al momento de recibir su descarga. Sería el científico joven el que formularía que cuando uno espera sentir dolor reduce la percepción del mismo una vez que se produce.


El cuarto sujeto era un hombre corpulento de 43 años, que desde los 15 se había dedicado a ser electricista. Cuando le estaban interrogando (o al menos así lo sintió este señor), el hombre paró en seco a quienes conducían la entrevista y les dijo “¿Ven la mano donde me dieron la descarga? Acá ya tengo callos de la cantidad de veces que me cagué electrocutando en mi laburo. Y si, siguen doliendo, pero uno aprende a bancársela porque es lo que toca.” El científico grande no pudo sino responderle si había ido al médico a hacerse controles, ante lo cual él se le rio en la cara a carcajada limpia. Definitivamente aquel hombre era un animal de otro mundo distinto al de aquellos pulcros universitarios, donde no hay tiempo para ir al médico entre el trabajo y el descanso necesario en el hogar, cada tanto afectado por alguna copa en un bar barato.


Por último, quedaba pasar una joven de 29 años, maestra de primaria, que había sido la que menos dolor había registrado. A las preguntas que le hacían contestó que había recibido pocas descargas, que no se dio cuenta de la finalidad del experimento hasta luego de que se le suministro el choque y que no tenía ninguna condición o enfermedad preexistente. Entonces, la mujer científica le dijo “¿Sabe usted que es la que menos dolor percibió, habiendo recibido una descarga de 100 voltios más que el resto de sujeto”. La chica, un tanto sorprendida, dijo que no tenía idea, y a esto el científico joven le preguntó a que creía que podía responder. Ella se quedo pensando apenas unos segundos y contesto que suponía que debía ser gracias a su descubrimiento. Todos se quedaron atónitos y le pidieron que desarrolle lo que había descubierto. “En verdad es algo simple.” - contesto la chica - “No se por qué realmente, pero cuando una persona se encuentra bien consigo misma se vuelve de goma. Es difícil darse cuenta generalmente que esto sucede, pero con las descargas eléctricas se debe evidenciar. Como yo estoy bien (ya que es algo en lo que trabajo duramente), la descarga me generó dolor, pero no tanto porque se debe reducir la capacidad de transportarlo de mis nervios al volverse de goma.”


El grupo de científicos estaba incrédulo, no podían aceptar algo tan descabellado, y al científico joven solo le salió preguntar por qué trabajaba duramente para estar bien. La chica se rio y entre las risas dijo: “Y... no vaya a ser cosa que me parta un rayo.”

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A quien sea que lea esto, espero que tenga un lindo día.

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