Crónica de un evento por pasar
- Patricio Perez Mainero

- 4 ene 2018
- 4 Min. de lectura

En ese cuarto solo estábamos ella y yo, sentados en una cama, o tan sentados como se puede estar cuando una guitarra hace soñar acordes desconocidos e hipnóticos para un ser mundano como yo y la dulce voz del flaco te libera la tensión de cada músculo del cuerpo. Quizás no fue solo su voz, sino también la extraña y confortarte sensación de su mano acariciando mi oreja. Sospecho que sonríe mientras lo hace, pero solo puedo ver la celeste pared de aquella habitación.
¿Cómo llegamos una vez más a esta situación? La verdad es que no sé esa respuesta, mas si sé que no me podría importar menos. Y es que en este momento soy feliz. Es más, me atrevería a decir que es uno de los momentos de mayor felicidad para mí, y como la felicidad es una búsqueda individual, o al menos eso me dijo un hombre al que he llegado a apreciar, debería sentirme pleno.
Sin embargo, algo me impide el pleno goce de tan preciado momento. No les he dicho todavía mi mayor defecto, y es que soy un cobarde y un inseguro. Con estas cualidades de mi ser, entenderán que una frase tan hermosa salida de su boca, como lo es "sos un persona a la que siempre quiero ver feliz", se vuelve en una constante interrogante. <¿Y si esto solo lo hace porque sabe que a mí me hace feliz, pero realmente ella no es algo qué realmente quiera hacer?> llego a pensar. Lo sé, es un planteo estúpido de una mente igualmente estúpida. Claramente el sentimiento es mutuo, solo que ella no pareciera plantearse tanto todo. O lo hace de momentos, pero tiene mucha más valentía de la que yo puedo ostentar.
La voz de Spinetta deja lugar a un Charly García joven, lleno de vida y futuro, que al ritmo de un piano nos cuenta de una versión aún más juvenil de su ser. En eso, siento que su mano se aleja de mi piel y se levanta de la cama. El ruido del tecleo frenético me indica que está buscando una canción para reproducir al término de "Canción para mí muerte". Mi cabeza piensa en "Seminare" mientras procedo a recostarme. ¡Que canción tan bella! Su letra, que a mi parecer trata de un intento noble de hacerle entender a una chica qué su forma de ver el amor le está haciendo perderse el amor, me resulta tan romántica como compleja. Sin duda una mente lúcida la escribió. Me llego a identificar en parte con ese tema, pero me cuesta identificar con cuál de los dos personajes de él. Me gustaría pensar que con el del autor...
Un espasmos que recorre mi cuerpo me hace volver a la realidad. La muy traidora aprovechó mi reflexión para agarrarme por sorpresa y hacerme cosquillas. Intentó entre frenéticos movimientos de todo mi cuerpo que no responde a mi mente agarrar sus brazos, pero fracasó estrepitosamente y optó por tratar de alejarme. Ruedo y me encuentro con la inevitable caída libre. No recordé que estaba sobre un somier. Afortunadamente, caí de espaldas sobre una altura ínfima, pero al levantar la vista la veo a ella riéndose de mí. Me levanto tan rápido como puedo y proclamó <Que lindo ello tuyo, eh. Ya me las voy a cobrar>. No creo que ni ella se crea esa mentira, pero de igual manera me abraza al grito de perdón y me invita a sentarme en la cama, invitación que no puedo ni quiero rechazar.
Mientras estamos hablando de que ese día se había cruzado con un profesor que ella tiene en gran consideración por sus conocimientos, pero no deja de parecerle cuanto menos curioso en algunos aspectos de su personalidad que le dan risa (lo cual no es sorprendente, puesto a que tiene risa fácil), empieza el tema que había elegido ella previamente. El solo escuchar "Quiero ver, quiero entrar..." me hace sonreír con soberbio orgullo. Que bien la conozco, a pesar del poco tiempo qué pasó desde que la conocí.
Nos pusimos a cantar al unísono la obra más hermosa, o al menos así me parece en estos momentos, de Seru Giran. En un momento a ambos se nos da por callarnos, y la empiezo a observar con detenimiento. Una mueca que hacía no demasiado era una sonrisa se marca en sus labios. Su mano izquierda corre el pelo que le incomodaba sobre su frente hacia atrás de su oreja derecha, dejando al descubierto sus tres aros, uno de ellos más llamativo que el resto por ser de madera. Sus ojos y sus cejas me devuelven un gesto extrañado, como preguntando que me pasa, a lo que instintivamente sonrío y niego con la cabeza. Actos seguidos, sus ojos empiezan a mirar al costado, como deseando evadir mi mirada, y se quedan obsesionados con el interruptor de luz.
Es curioso que antes me costará tanto mirar directamente a los ojos a las personas, y tal vez por esto aprovechó la oportunidad para analizar los suyos. El color marrón medianamente claro no me resulta sorpresivo, pero si me asombra la pequeñez de sus pupilas en ese momento. Lo puedo apreciar con mayor claridad de un momento a otro, y tardo en reaccionar que es porque nuevamente me devuelve la mirada con un gesto extrañado. Es solo entonces que, más por inconsciente que por valiente, acerco mis labios a los suyos y la beso.
<Me costo horrores hacer eso> le comento ni bien mis labios se separaron de los suyos. Desconozco tanto por qué le comento esto tanto que por qué me cuesta besarla. Sus labios no eran nuevos para mí. Sin embargo, y sin que me deje empezar a delirar en reflexiones que no vienen al momentos, ella me hace esa pregunta que ya me había hecho yo. Le respondo levantando los hombros, dando a entender que no tenía la respuesta, y es entonces que ella se me acerca más y me besa de forma tan intensa como me hubiese gustado a mí animarme a hacerlo.
Lo último que voy a registrar antes de que simplemente desenchufará la mente y me dejará llevar es la voz del flaco volviendo a inundar el ambiente, con su dulce vos tratando de sacar la tensión que tengo en cada músculo. Pero no hay tensión. Ya no...



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