El grillo
- Patricio Perez Mainero
- 4 mar 2018
- 3 Min. de lectura

Entre todos los bellos insectos qué hay en la ciudad, últimamente me llama la atención uno particular que todas las noches termino por escuchar. Estoy hablando del grillo, bicho incomprendido entre los bichos.
Se la pasa todo el día cantando, en un intento comúnmente triunfal de llamar la atención. Bien es cierto que hay dos grupos grandes de escuchas de su arte. Por un lado, están quienes consideran este un mero ruido molesto y que desearían acabar con él de un chancletazo. Por el otro, quienes les parece bello lo natural por ser natural y dicen que les gusta, aunque varía según quien dentro de este aglomerado heterogéneo cuanto pueden apreciarlo, siendo lo máximo de utilidad tan solo una fracción de lo que tiene para dar.
Además de estas dos categorías, hay dos más pequeñas que, al menos a mi parecer, son más importantes. Están aquellos que, no entiendo cómo, logran que les sea indiferente el canto del grillo. Ante estos sujetos, el grillo se queda anonadado y hasta algo ofendido por esta postura fuera de la dicotomía de formas de darle atención, por lo que enfurece su cantar y grita más fuerte, lo que por lo general deriva en que el indiferente pase a apoyar la postura del chancletazo, pero cada tanto no logra nada y el grillo simplemente se cansa.
También estamos, pues aquí me incluyo, los que realmente logramos disfrutar y enamorarnos del canto del grillo. Les tengo que confesar que uno nunca espera realmente que sea así, ni tampoco sabe como llega a ese punto. Se da todo como en un trance. Uno se acerca sin darse cuenta al grillo, sin caer en la cuenta de su canto; por casualidad. Apenas se quiere acordar, escucha su canto muy cerca. El grillo puede aparentar que canta desde donde no. Es una cualidad asombrosa para protegerse, puesto a que se siente muy vulnerable de los depredadores (de las chancletas nadie tiene miedo, siempre llegan solo a hacer ruido tratando de asustar a alguien). En cualquier caso, no se sabe cómo, pero uno llega, con mayores o menores dificultades, a encontrarse cara a cara con el noble insecto. Y al menos a mí me pasó que solo en este momento me pude dar cuenta que el canto que él cantaba para mí en ese momento no era aquél canto que le entregaba al resto.
El grillo suele cantar para el común de la gente un canto muy ambicioso. Pareciera que es el canto de lo que le gustaría ser, pero no es. Lo repite incesantemente, para ver si efectivamente se transforma en su canto común de un momento para el otro. Sin embargo, sale desafinado. Tanto sus adalides como sus detractores, al igual que los indiferentes, no lo terminan de notar. Solo cuando canta el canto de lo qué irremediablemente es uno puede darse cuenta de que el otro canto es desafinado. Pues bien, ese es el canto que me entregó, y sé que como a mí a algunos otros, que por serendipia terminamos a su vera.
Cada vez que he podido, he ido a ver al grillo para disfrutar de su compañía y su armoniosa melodía. Hace meses que lo hago. Sin embargo, ya no lo estoy pudiendo encontrar. Ni yo ni nadie, ni siquiera los que hace más tiempo aún escuchan su arte tan propia. Sé que muy lejos no está, pues su canto sigue resonando por donde quiera que voy. Creo que resuena en mí. No estoy seguro si el resto lo escucha así o no. El punto es que tengo muy presente su canto, y espero ansioso a volverlo a escuchar. Tengo la sensación de que se alejó para ensayar, y la próxima vez que cante su melodía con la que es tan reservada, pues es la esencia de lo que es él, va a ser más parecida realmente a ese regalo que trata de cantar al resto, pero sale desafinado y solo él y los que escuchamos su otro cantó lo sabemos.
Si estoy escribiendo es porque creo que el grillo me ha dado bastante, con su canto principalmente, pero muchas cosas valiosas también de su simple observación y de ver como le canta al resto. Me hizo crecer en algún punto esto. Y yo, ¿qué le he dado al grillo? No siento que haya sido tanto, al menos comparativamente. Tal vez por eso es que me decidí a darle estas palabras.
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