Flores secas de Verdún
- Patricio Perez Mainero
- 23 nov 2019
- 1 Min. de lectura
Allí en su trinchera el ya viejo soldado alemán esperaba paciente para largar la contraofensiva. Siempre solitario y meditabundo, rememoraba su vida en el ejército con un gesto nostálgico. Allá atrás habían quedado esas juveniles batallas de las que había sido parte. Un mocoso con un Dreyser corriendo por Bavaria; yendo de cobertura en cobertura para evitar que una bala del bando austriaco le volara la cabeza. Cuanto paso de aquel tiempo. Ya iba por el séptimo mes de aquella batalla en Lorena, y nada parecía terminar pronto. Antes la guerra era frenética. ¿Tardaría esa batalla acaso más que la Guerra Franco-Prusiana? La historia lo diría. Mientras tanto, él debía esperar. Y recién entonces cayó en que era la primera vez, en aquella trinchera, que estaba pudiendo rememora su pasado bélico en medio de una guerra, sin que sea para contar una anécdota tomando licor luego de una victoria. Así fue que se dio cuenta que extrañaba la guerra de antaño. Era pura pasión entre tiros que silbaban en la cabeza de los beligerantes mientras corrían para encontrar coberturas; allí todo resultaba irreal. Y quizás la cuestión era esa: que la realidad no es fácil de afrontar. Porque la realidad era que tanto esa batalla como esa guerra se podían llegar a perder. Y la derrota, ¿significaría que fue en vano luchar? Estaban resecándose las primeras flores en las afueras de Verdún. Ahora es el otoño.
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